Volví a casa después del trabajo, pero mi esposo no estaba por ningún lado. De repente, sonó el teléfono, era él.
— Seguro notaste que últimamente llego tarde. En realidad, tengo a otra. Vamos, sin peleas innecesarias — dijo fríamente.
Ya me había acostumbrado a sus retrasos; por lo general, llegaba alrededor de la medianoche, y los niños pasaban el tiempo con su madre, así que me parecía que no valía la pena preocuparme. Decidí preparar la cena para mí, relajarme y acostarme temprano. Pero esa llamada me hizo detenerme.
En la pantalla del teléfono aparecía su nombre, levanté el auricular. Su voz sonaba plana y distante.
— Seguro notaste que los últimos días he estado llegando tarde. En realidad, tengo a otra. Por favor, sin peleas.
Levanté una ceja, sin sentir ni rabia ni sorpresa.
— Sabes, no esperaba esto de ti. Tú bien sabes que mañana tengo una cita en la peluquería, y tú debías quedarte en casa con los niños. ¿Por qué no me lo dijiste en persona, y lo haces por teléfono? — le pregunté, conteniendo apenas la irritación.
Guardó silencio, claramente sin saber cómo reaccionar. Su voz tembló, pero yo continué:
— Mira, voy a cenar. Dime, ¿dónde está la mayonesa?
El silencio en la línea solo aumentó mi calma indiferente. Añadí:
— Ni siquiera me preguntas quién es esa mujer, por qué la elegiste. ¿De verdad no te importa lo que pienso? ¿Ya no me amas?
Después de eso, hice una pausa y me quedé pensando. No me importaba quién era ella ni por qué te fuiste, son tus problemas. Y, por cierto, ¿no habrás llevado la mayonesa a tu amante?
Su voz sonó con evidente desconcierto:
— ¡Qué rara eres! El marido se va, y tú preguntas por la mayonesa.
En ese momento supe que la conversación no tenía sentido y decidí terminarla. No me dolió ni me sentí herida. Ya hacía tiempo que me quedó claro que lo más importante para mí eran el hogar y los niños. Mi esposo podía empezar una nueva vida, y yo seguiría viviendo la mía, sin arrepentimientos.