Invité a un hombre a mi casa, preparé la cena, todo estaba listo… Pero el encuentro nunca ocurrió. ¿La razón? Una tontería suya que arruinó la noche por completo.

Tus amigas decían que habías perdido la razón al volver a fijarte en los hombres.
Tenías 54 años, tu marido te había dejado, y tú solo querías volver a sentirte mujer: bella, deseada, valiosa.

Y entonces apareció Víctor. Vivía en el mismo vecindario, a veces coincidían en el parque. Las conversaciones se alargaban, las miradas se volvían más cálidas. Hasta que un día, te invitó a una cita.

Decidiste que fuera en tu casa. Preparaste una cena exquisita, encendiste velas, te pusiste tu mejor vestido.

Justo a las siete, sonó el timbre. Abriste la puerta… y te quedaste paralizada. No esperabas lo que viste.
(La historia continúa abajo 👇👇)

Tengo 54 años y soy una mujer segura de sí misma, con experiencia. Estuve casada durante 26 años, pero un día entendí que merecía algo mejor.
No tomé decisiones impulsivas, esperé a que mi hijo entrara a la universidad y se fuera a estudiar. Entonces hice las maletas y me fui.

Tenía un pequeño departamento heredado de mi madre. Antes, con mi esposo, planeábamos dejarlo a nuestro hijo. Pero ahora decidí que él debía ganarse su propio espacio, y yo, por fin, vivir como siempre quise.

Al principio fue raro. Mi ex intentó volver conmigo, me prometía que todo cambiaría, pero yo no quería volver a esa jaula. Comencé a mirar la vida de otro modo, aprendí a ser libre y a disfrutarlo.

Mis amigas me decían que estaba loca por volver a fijarme en los hombres. Pero yo quería sentirme viva otra vez, sentirme mujer.

Pasaron unos años y conocí a Víctor. Era mi vecino. A veces coincidíamos en el parque, nuestras charlas se alargaban, las miradas eran cada vez más profundas. Hasta que me invitó a salir.

Decidí invitarlo a mi casa. Quería impresionarlo con mis habilidades en la cocina. Preparé una cena exquisita, encendí velas, elegí el mejor vestido. Estaba nerviosa, pero con ilusión.

A las siete en punto, sonó el timbre. Abrí la puerta… y me quedé helada.
Víctor estaba allí. Sin flores. Sin bombones. Sin ningún detalle.

—¿Vienes con las manos vacías? —le pregunté, sorprendida.

—¿Y qué tiene? Ya no somos unos niños —dijo con una sonrisa despreocupada.

—Precisamente por eso —le respondí. Y le cerré la puerta en la cara.

Sentí rabia. ¿Cómo podía comportarse así un hombre adulto?
Pero con los años aprendí algo muy importante: hay que valorarse.
Si un hombre no te ve como una mujer desde el principio, sino solo como una compañera de charla o una cocinera, más adelante no cambiará.

Después, herido y resentido, Víctor fue por el vecindario diciendo que yo era arrogante y que terminaría sola.
Pues que así sea. Prefiero estar sola que con alguien que no sabe valorar.

Quizás aún conozca a un verdadero hombre.
¿O tal vez ya se extinguieron?

¿Qué opinas tú? ¿Crees que hice lo correcto?

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