Cada semana, una joven viuda visitaba el cementerio para ver la tumba de su difunto esposo. Arreglaba cuidadosamente las flores, limpiaba la lápida de mármol y pasaba unos minutos en silenciosa reflexión. Parecía que el tiempo se detenía para ella en esos instantes.
Un hombre, visitante frecuente del cementerio que acudía a las tumbas de sus familiares, llevaba tiempo observándola. No solo le conmovía la devoción con la que ella cuidaba la tumba de su esposo, sino que había notado algo peculiar: la viuda nunca, ni una sola vez, se giraba al marcharse.
Un día, no pudo contenerse más. Cuando la viuda terminó sus rituales y se dirigía a la salida, él decidió acercarse a hablarle.
—Perdone mi curiosidad, señora —dijo con cautela—. No he podido evitar notar el respeto con el que cuida la tumba de su marido. Es realmente conmovedor… Pero hay algo que no me deja en paz: nunca se gira al marcharse. ¿Por qué?
La respuesta de la astuta viuda lo dejó sin palabras 😲
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La mujer arqueó ligeramente una ceja y, con una sonrisa en los labios, lo miró directamente a los ojos.
—Ah, caballero… Verá, mi esposo solía bromear diciendo que mis glúteos eran tan hermosos y sexys que podían resucitar a los muertos…
Hizo una pausa dramática y añadió con picardía:
—Simplemente… no quiero correr ese riesgo.
El hombre se quedó inmóvil, procesando lo que acababa de oír, y luego rompió en carcajadas.
La viuda, por su parte, le guiñó un ojo con complicidad y, sin cambiar su costumbre, se alejó con gracia, dejándolo entre divertido y desconcertado.
