Durante la boda, mi suegra se me acercó y me arrancó la peluca, mostrando a todos los invitados mi cabeza calva: pero después ocurrió algo inesperado.
Hasta hace poco yo luchaba contra el cáncer. Largos meses de tratamiento, paredes de hospital, quimioterapias que poco a poco me iban robando las fuerzas… y el cabello. Pero un día escuché de labios del médico lo más importante: «Está usted sana».
Ese mismo día tan esperado, mi amado me pidió matrimonio. Lloré de felicidad y, por supuesto, dije «sí».

Comenzamos a preparar la boda. Durante semanas busqué el vestido, pensaba en cada detalle y, en secreto, esperaba que al menos me creciera un poco el pelo. Pero no… en el espejo seguía viendo mi cabeza calva. No tuve más remedio que buscar una peluca adecuada para sentirme segura.
Me angustiaba pensar qué diría la gente de mi aspecto. Muchos familiares de mi futuro esposo sabían que había tenido problemas de salud, pero nunca les conté exactamente qué, así que esperaba que no se dieran cuenta de la peluca.
Y por fin llegó el día esperado. Yo con mi vestido blanco, el novio a mi lado, la iglesia llena de luz y murmullos. Todo parecía perfecto… hasta que apareció ella.
Mi suegra. Nunca me había querido, y yo sabía muy bien por qué. Estaba convencida de que no podría darle nietos y que su hijo debía casarse con una chica «sana».
Se acercó sin decir nada, y en el siguiente instante sentí cómo me arrancaban la peluca de la cabeza. Su risa fuerte, casi triunfante, resonó en la iglesia:

— ¡Miren! ¡Ella es calva! ¡Se los dije y no me creyeron!
En la sala se escucharon risitas, algunos apartaron la mirada, otros se quedaron paralizados. Yo me cubrí la cabeza con las manos, con los ojos llenos de lágrimas ardientes. Sentía vergüenza, dolor, humillación. Mi novio me abrazó intentando consolarme, pero notaba cómo le temblaba la mano. Y entonces pasó algo inesperado, algo que hizo que mi suegra se arrepintiera profundamente de su acto.
Mi esposo hizo lo que nadie esperaba.
— Mamá —dijo con firmeza—, te vas de esta boda ahora mismo.
Ella se quedó helada, intentando replicar, pero él continuó:
— No respetas mi elección ni a mi familia. Estoy dispuesto a renunciar a todo por ella. Y no olvides que tú también pasaste por momentos difíciles, y papá te amó a pesar de todo.

La iglesia quedó en silencio. Mi suegra, pálida, se dio la vuelta y, secándose las lágrimas, salió. Los invitados murmuraban, unos con sorpresa, otros con aprobación.
Y mi esposo simplemente me tomó de la mano y me susurró:
— Ahora todo estará bien. Estamos juntos.