En el funeral de su padre, la niña susurró inesperadamente que su padre estaba vivo: todos pensaron que la niña simplemente estaba sufriendo, hasta que vieron esto…

En el funeral de su padre, la niña susurró inesperadamente que su padre estaba vivo: todos pensaron que la niña simplemente estaba sufriendo, hasta que vieron esto…

El funeral fue silencioso, sobrio y lleno de dolor. En el aire flotaba un pesado silencio, roto solo por sollozos apagados. En el centro de la sala se encontraba el ataúd, cubierto con tela blanca, y a su alrededor se reunieron familiares y allegados.

Junto al ataúd estaba la madre, sosteniendo de la mano a su pequeña hija. La niña guardaba silencio, sus rizos caían sobre el rostro. Casi no había hablado desde la tragedia, y todos pensaban que simplemente no comprendía lo que había sucedido.

Cuando llegó el momento de la despedida, la madre se inclinó con cuidado y le preguntó:

— ¿Quieres despedirte de papá?

La niña asintió. La alzaron para que pudiera mirar dentro. Durante unos segundos observó el rostro sereno de su padre, y luego susurró:

— Papá solo está dormido.

En la sala se escucharon suspiros nerviosos y algunas sonrisas tímidas entre lágrimas. Muchos creyeron que era solo una frase ingenua de una niña que aún no comprendía la muerte.

Pero de repente la niña rompió a llorar y extendió los brazos hacia el ataúd:

— ¡Papá, despierta! ¡Tú solo estás dormido!

Todos se quedaron inmóviles. La madre la abrazó e intentó calmarla, pero en ese momento la niña añadió algo inesperado:

— Te vi anoche cuando volviste a casa. Estabas en la puerta, nos mirabas y no dijiste nada.

Un silencio pesado se apoderó del lugar. Varias personas se miraron entre sí. Alguien incluso se estremeció.

La madre, desconcertada, estrechó a su hija contra su pecho. Parecía solo imaginación infantil, pero la niña continuó con seguridad:

— Era él. Yo vi a papá.

Entonces se oyó un murmullo entre los presentes. Varias cabezas se giraron hacia la última fila. Allí, en la penumbra, estaba de pie un hombre que nadie había notado antes. Su rostro era casi idéntico al del que yacía en el ataúd.

Era el hermano gemelo del difunto. Durante muchos años había vivido en otra ciudad y apenas tenía contacto con la familia. Había venido únicamente al funeral, decidiendo no aparecer antes para evitar habladurías innecesarias.

Para los adultos aquello lo explicaba todo: la niña lo había visto la noche anterior y lo confundió con su padre. Pero para ella, aquello era una prueba irrefutable: papá todavía estaba cerca.

Y aunque todos comprendían la verdad, ese día nadie se atrevió a desengañarla.

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