Un hombre salvó a un ciervo cuya cabeza y cuerpo estaban fuertemente atados con cuerdas: el hombre rescató al animal, y luego sucedió algo sorprendente.

Un hombre salvó a un ciervo cuya cabeza y cuerpo estaban fuertemente atados con cuerdas: rescató al animal, y luego ocurrió algo sorprendente.

Un grupo de turistas salió de excursión por un bosque pintoresco. Montaron tiendas, encendieron una fogata, reían, cantaban y disfrutaban del descanso. Todo parecía perfecto hasta que alguien notó que uno de ellos —un hombre de unos treinta y cinco años— había desaparecido.

Al principio nadie le dio importancia: pensaron que simplemente se había apartado a tomar fotos de algo bonito y que volvería pronto. Pero los minutos pasaban y la preocupación crecía.

Mientras tanto, el hombre caminaba por el bosque con su cámara. Un extraño arbusto llamó su atención; se detuvo, tomó algunas fotos y, al levantar la vista, se dio cuenta con horror de que no había ningún sendero. Miró a su alrededor: solo había maleza espesa.

—¡Hey! —gritó— ¡Estoy aquí!

Solo el silencio respondió. Caminó al azar, esperando encontrar voces o humo de la fogata, pero con cada paso se perdía más. El agua de su botella se había acabado y no tenía comida. La luz del día disminuía, el frío aumentaba y el miedo lo invadía.

Durante horas gritó pidiendo ayuda, sin obtener respuesta. De repente, en la quietud del bosque, escuchó un sonido extraño, como un jadeo o un gemido. El hombre se congeló, el corazón le latía con fuerza. Esperaba ver un lobo o un jabalí, pero entre los arbustos apareció un ciervo.

El animal estaba en apuros: su cabeza y cuerpo estaban fuertemente atados con cuerdas. Se agitaba, jadeaba y apenas respiraba.

—Dios… —susurró el turista mientras se acercaba con cuidado— Tranquilo, no soy tu enemigo. Te ayudaré.

Extendió lentamente las manos, intentando no asustar al ciervo. Este se movía y resoplaba, pero no huía, como si entendiera que el hombre realmente quería ayudarlo.

El hombre sacó un cuchillo y, entre maldiciones por la tensión, comenzó a cortar la cuerda gruesa. Cada corte hacía que el ciervo se moviera, pero poco a poco se calmaba.

Finalmente, la cuerda cayó al suelo. El animal inhaló profundamente y se quedó quieto, mirando directamente al hombre.

—Listo, ya estás libre… —exhaló el hombre, retrocediendo.

Entonces ocurrió algo asombroso. El ciervo emitió un sonido largo y extraño, como un llamado. Luego se adentró lentamente en el bosque, volteando el hombro como invitándolo a seguirlo.

El hombre dudó, pero una extraña intuición le indicó que debía seguirlo. Así lo hizo.

Durante media hora atravesaron la maleza espesa. El turista apenas podía mantenerse en pie, pero continuaba siguiendo a su inesperado guía. De pronto, a lo lejos aparecieron luces.

Su corazón se agitó: era la fogata. Salieron a un claro donde sus amigos lo esperaban alrededor del fuego, preocupados y asustados por su desaparición.

El hombre se volvió para agradecer al ciervo, pero el animal ya había desaparecido. Solo el leve crujir de las ramas a lo lejos indicaba que se había esfumado en la noche del bosque.

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