El preso, antes de la ejecución de su condena, pidió ver a su perro: por la mañana, los guardias abrieron la puerta de la celda y se quedaron paralizados de horror 😲😱.
En 1947, en la cárcel de la ciudad, ocurrió un hecho que hasta hoy nadie puede olvidar.
En la celda n.º 3 se encontraba un prisionero al que solo le quedaban unos pocos días de vida. Lo habían declarado culpable de traición a la patria, aunque él hasta el último momento insistía en que no había cometido ningún delito. Pero nadie escuchaba sus palabras.

El 16 de septiembre debía despedirse de este mundo ante el público.
La última noche, el guardia entró en la celda. En el frío suelo, abrazándose las rodillas con los brazos, estaba sentado un hombre temblando de frío y desesperación.
—Oye, despierta —dijo el guardia—. Tienes un último deseo.
—Déjenme salir. No soy un traidor…
—Eso no será posible. Piensa en otra cosa: comida, vino, un sacerdote…
El prisionero levantó los ojos, llenos de lágrimas:
—Mi último deseo es ver a mi pastor alemán. Quiero despedirme de él.
El guardia frunció el ceño, pero tras pensarlo mucho, finalmente accedió.

Una hora después, llevaron al perro a la celda. Tan pronto como vio a su dueño, se lanzó hacia él, movía la cola, saltaba y le lamía las manos. El hombre lo abrazó con tanta fuerza como si temiera que ese abrazo fuera el último. Lo acariciaba, se pegaba a su pelaje y lloraba en silencio.
El perro pasó toda la noche junto a su dueño, pero por la mañana, cuando los guardias entraron a la celda para llevarse al prisionero, vieron algo espantoso 😱😲.
Pasaron unos minutos juntos. La noche transcurrió. El perro estuvo todo el tiempo al lado de su dueño, sin permitir que nadie se acercara.
Por la mañana, cuando vinieron a buscar al prisionero, los guardias se quedaron paralizados. El hombre yacía en el suelo sin respirar, y a su lado, con el hocico apoyado en su pecho, estaba el pastor alemán. No se apartaba ni un paso y gruñía a cualquiera que intentara acercarse.

Se dijo luego que su corazón no resistió. Pero toda la ciudad recordó otra cosa: al leal perro que, en el último momento, calentó a su dueño y no permitió que nadie interfiriera en su despedida.
El hombre partió de este mundo no como un traidor, sino como un amigo fiel con un corazón noble.