Un sargento regresó a casa tras un largo servicio y quedó impactado al ver lo que ocurría en su hogar.
El sargento había dejado a su familia —su esposa y sus dos hijos— para cumplir con su servicio.
Al final de su misión, contaba los días para volver a casa, porque ya no podía soportar la larga separación de su familia. Cuando recibió la orden de que podían regresar de una misión especial, recogió sus pertenencias y, sin perder ni un minuto, se apresuró a volver.

Su uniforme estaba cuidadosamente planchado, aunque visiblemente desgastado, y sus zapatos cubiertos de polvo traído de lejos.
Durante todo el camino pensaba y se imaginaba cómo sería ver los rostros de su esposa e hijos, sentir la calidez y la paz de ese momento, cuando finalmente entrara a su hogar.
Recordaba las últimas cartas, donde su hija hablaba de su hermano menor y del perro, que siempre estaba cerca para protegerlos.
Pero su corazón se aceleró al acercarse a la calle donde estaba su apartamento. Desde el balcón superior, el viento traía el aroma de hojas quemadas, y la tranquila melancolía de la calle le señalaba que algo había cambiado.
Extendió la mano hacia la puerta para abrirla, pero dentro sentía una ligera ansiedad y miedo: no sabía qué le esperaba.
Al entrar, vio que los niños estaban solos con el perro, y su esposa no estaba en casa.
—¿Papá…? —exclamó la pequeña, levantándose temblorosa.

—¿Y mamá? —preguntó el sargento con calma.
La niña se quedó paralizada por el miedo, y su respuesta dejó al sargento en estado de shock.
Se quedó inmóvil, incapaz de contener la oleada de emociones. La hija, agarrando la mano del perro, apenas podía hablar:
—Mamá… se… fue… con… —sus palabras se atoraron en la garganta, pero su mirada lo decía todo.
El sargento dio un paso adelante, abrazando a los niños contra sí, su corazón latía con fuerza, como si presintiera el peligro. Entendió que tendría que tomar una decisión difícil, pero primero debía comprender lo ocurrido.
El perro gruñó suavemente, como percibiendo la preocupación de su dueño. El sargento recorrió el apartamento, revisando cada habitación: todo estaba en orden, pero no había rastro de su esposa. En la mesa encontró una carta, cuidadosamente doblada, como si esperara a que él la leyera.
La levantó con cuidado, y sus ojos se abrieron: la letra de su esposa era reconocible, pero el contenido lo golpeó como una ola fría.

—No puedo… —comenzaba la carta, y continuaba explicando que se había visto obligada a irse para proteger a los niños de un peligro que él desconocía mientras estaba en servicio.
El sargento se arrodilló, abrazando a sus hijos y mirándolos con determinación. Comprendió que su servicio había terminado, pero la verdadera batalla ahora estaba en casa, por la seguridad y felicidad de su familia.
El viento rugió más fuerte fuera de la ventana, pero esta vez no le causaba temor: se había convertido en símbolo de un nuevo comienzo, donde el padre volvería a ser el escudo de sus hijos, a pesar de todas las pruebas.