Un niño, llorando, pidió ayuda a los motociclistas, diciendo que estaban lastimando a su mamá. Lo que los motociclistas encontraron en el lugar los dejó completamente sorprendidos.
Era un domingo por la mañana terriblemente tranquilo en un pequeño pueblo.
Todos estaban ocupados con sus quehaceres cotidianos, y los motociclistas ajustaban sus motos, cuando de repente se escuchó un golpe fuerte en la puerta.

El líder del grupo dejó todo y se apresuró hacia la puerta para ver quién tocaba con tanta fuerza. Frente a la puerta estaba una niña de unos ocho años, con el rostro cubierto de polvo y los ojos llenos de lágrimas.
—Están lastimando a mi mamá —dijo sollozando, pidiendo ayuda a los motociclistas.
Al escuchar esto, el líder del grupo dio una señal silenciosa a dos de sus compañeros, y juntos siguieron a la niña hasta el lugar al que ella los llevaba.
Siguiendo al niño, llegaron a un edificio semi derruido.
La puerta estaba entreabierta, y desde dentro se escuchaban gritos.
Los motociclistas entraron por el marco abierto, y lo que vieron los dejó en estado de shock.

Un hombre, con evidentes señales de alcohol en su ropa, se inclinaba sobre una mujer que intentaba protegerse con las manos. Los motociclistas no perdieron ni un segundo. El líder del grupo, apretando el puño, dio un paso al frente y exigió en voz alta que se detuviera.
El hombre se giró bruscamente, tratando de amenazarlos, pero la fuerza y determinación de los motociclistas eran evidentes.
Dos de sus compañeros ayudaron de inmediato a la mujer a ponerse de pie, mientras que el tercero llamó a la policía desde el móvil.
Hanna estaba cerca, sujetando el borde de su mochila, observando cómo los adultos resolvían su problema. Los motociclistas actuaban coordinadamente: nadie causaba daño innecesario, pero dejaban claro que la violencia no tenía cabida allí.
Pocos minutos después, cuando las sirenas de la policía se escucharon a lo lejos, el hombre ya estaba inmovilizado y la mujer, a salvo. El líder del grupo se arrodilló junto a la madre y la hija, diciendo en voz baja:
—Están a salvo.

En lugar de irse, los motociclistas se quedaron, ayudaron a ordenar el lugar, trajeron agua y se aseguraron de que la mujer y la niña se sintieran tranquilas.
Incluso en esa situación dura, se manifestó el cuidado humano y la compasión.
Hanna abrazó el brazo de su madre, y por un instante, en los ojos de todos los presentes, se reflejó la sorpresa: estos motociclistas, que parecían duros y severos, demostraron ser capaces de protección y ternura, algo que nadie esperaba.