Estaba haciendo compras en el supermercado, colocando cuidadosamente los productos en mi carrito. Me abría paso entre los pasillos cuando, de repente, sentí un movimiento brusco a mi lado. Una mujer alta literalmente se lanzó sobre mí. Comenzó a bufar y a tirar de mi carrito, gritando que yo estaba intentando robar sus productos.
Me quedé paralizada, sin saber qué decir. Intenté explicarle que ese era mi carrito y que todos los productos eran míos. Pero su voz retumbaba por todo el lugar, y todos a nuestro alrededor se quedaron mirando con reproche.

La gente murmuraba entre sí, y segundos después aparecieron los guardias de seguridad, dirigiéndose hacia nosotros.
Todas las miradas estaban puestas en mí, sobre sus acusaciones estruendosas. Traté de mantener la calma, explicando que era mi carrito, pero la multitud ya me miraba con desconfianza. La mujer seguía gritando, intentando arrastrar mi carrito hacia ella.
Y entonces ocurrió algo increíble. De repente, el carrito en sus manos se rompió y todos los productos cayeron al suelo: las frutas rodaron, los paquetes se desparramaron, los jugos se rompieron. La mujer se quedó paralizada, con la boca abierta, mientras yo me quedaba en shock, sin poder creer lo que veía.
Un instante de silencio… y todos, incluyendo a los guardias, simplemente se quedaron quietos, sin saber a dónde mirar. Ni acusaciones, ni gritos — solo el caos de los productos esparcidos y el completo desconcierto en sus rostros.
En ese momento, la mujer dijo algo mucho más extraño y chocante que su comportamiento anterior.

Yo ya estaba recogiendo mis productos cuando noté que la mujer estaba a mi lado y parecía comenzar a darse cuenta de su error. Miró mi carrito, luego los productos esparcidos. De repente su rostro cambió, como si comprendiera que ese no era su carrito.
Pero en lugar de disculparse, siguió gritando, acusándome:
—¿Por qué tienes mi carrito? ¿Por qué no me lo devuelves?
Intenté explicarle que era mío, que se había equivocado.
—¡No, tú lo confundiste todo! —gritó ella— ¡Yo solo puse mis productos en tu carrito!
Las personas a nuestro alrededor comenzaron a susurrar y algunos se apartaron. Yo me quedé allí, abrazando mis compras, sin saber qué más decir.
Los guardias se acercaron, tratando de calmarla, pero ella se resistía, continuando con sus acusaciones y gesticulando.

Finalmente, uno de los guardias la tomó del brazo y dijo:
—Por favor, cálmese y sígame.
Ella se resistió unos segundos, pero luego, todavía murmurando y culpándome, fue retirada del supermercado.
Me quedé en medio del pasillo, recogiendo los últimos productos, sintiendo una mezcla de alivio y cansancio. La gente se dispersó, pero los susurros permanecieron en el aire por un buen rato.