Decidí comprar una botella de leche fresca a una lechera del pueblo… pero lo que vi en su muñeca me revolvió todo por dentro.
Después de comer al borde de una carretera desierta, decidí comprar una botella de leche fresca a una mujer del pueblo. Pero apenas su mano rozó la mía, me quedé helado, como si el tiempo se hubiera detenido. Lo que vi en su muñeca hizo que todo dentro de mí se diera vuelta.
No tenía pensado detenerme, pero después de la conferencia solo sentía cansancio y hambre, y no pude resistirme al ver una mesa de madera con comida casera.

Una mujer con delantal me sirvió la comida y una taza de té de hierbas. Todo era sencillo, hogareño… y, curiosamente, eso era justo lo que me hacía falta. Comía y, por primera vez en mucho tiempo, sentía paz.
Cuando me dispuse a seguir mi camino, ella me dijo:
—Compre un poco de leche en el cruce. Es auténtica, recién ordeñada.
A los pocos minutos la vi: una joven con un pañuelo de lana y una caja llena de botellas. Su sonrisa era serena, casi transparente.
—¿La leche es fresca? —pregunté.
—Ordeñada esta mañana —respondió, extendiéndome una botella.
Y en ese instante, todo cambió.
Miré su mano casi sin pensar… y un escalofrío me recorrió la espalda. Me quedé inmóvil, como si el tiempo se detuviera. Lo que vi en su muñeca me heló la sangre.
En su muñeca brillaba un reloj antiguo, de esos que ya no deberían existir. Lo reconocí de inmediato. Y comprendí que las casualidades no existen.

Intenté mantener la calma:
—Perdone… ese reloj… ¿de dónde lo ha sacado?
Ella se quedó inmóvil. Guardó silencio unos segundos y luego murmuró:
—Era de mi tía. Antes de morir me pidió que nunca lo vendiera, que era un recuerdo de la persona que más amó.
Sentí que el aire se volvía más denso.
—¿Su tía? —pregunté casi en un susurro—. ¿Cómo se llamaba?
—Emma —respondió la joven, mirando hacia otro lado—. Vivía en la ciudad, trabajaba en una clínica. Siempre llevaba ese reloj y decía que se lo había regalado alguien muy especial.
El mundo pareció detenerse. El ruido de la carretera desapareció, incluso el viento calló.
Me quedé allí, incapaz de pronunciar palabra. El reloj que había creído perdido para siempre estaba de nuevo frente a mí, como un recordatorio de que el pasado nunca desaparece del todo.

Tuve una sensación extraña… como si Emma misma estuviera frente a mí, solo con otro rostro. El pecho se me encogió. Sabía que era imposible… y sin embargo, la sensación era aterradoramente real.
Exhalé lentamente y dije:
—Escuche… no quiero incomodarla. Solo… Emma fue alguien muy importante para mí. Si no le molesta, me gustaría mantener el contacto. No como un desconocido, sino como dos personas unidas por el recuerdo de ella.
La joven dudó. Guardó silencio unos segundos y luego asintió lentamente:
—De acuerdo.