Me llamo Anna y he luchado contra la caída del cabello desde mi niñez.
Ha sido un viaje largo y difícil. Todo comenzó tratando de esconder mis miedos: pelucas, gorros, pañuelos: he usado todo para ocultar lo que consideraba mis defectos, mis imperfecciones.
Mi prometido, Jake, ha jugado un papel fundamental en este viaje. Siempre me dice: «Eres hermosa tal como eres». Y cuando me mira, le creo. Su amor y apoyo se han convertido en una fuente de fortaleza que me ha ayudado a aceptarme.
Pero esta historia no trata de Jake y de mí. Habla de Avery, su hija, que ha sido una luz en mi vida desde el principio. Avery tiene ocho años. Es inteligente, brillante e increíblemente sensible, con un talento único para entender a los demás. Desde nuestro primer encuentro, se convirtió en una parte esencial de mi vida, inspirándome a ser una mejor persona.
Cuando Jake y yo nos comprometimos, le dije – y me dije a mí misma – que después de la boda, daría la bienvenida a Avery en mi familia. Era importante para mí: quería que ella se sintiera amada y valorada, que supiera que estaba allí para cuidarla y amarla.
El día de nuestra boda, Avery parecía una princesa salida de un cuento de hadas. Su vestido rosa flotaba con cada uno de sus movimientos mientras giraba frente al espejo, radiante de orgullo y alegría.
Pero un detalle llamó mi atención: todavía llevaba su gorro de lana. No combinaba en absoluto con su atuendo. Pero para Avery, eso no importaba.
Avery estaba al lado de Jake, sonriendo como si tuviera un secreto que solo podía compartir con aquellos a quienes amaba profundamente. Cada vez que la miraba, mi corazón se llenaba de alegría y ternura.
La recepción estaba llena de risas y música, en un ambiente de fiesta y amor.
Luego, en un momento, vi a Avery sola en medio de la sala. Sostenía algo atado con un bonito lazo, y su mirada estaba llena de seriedad y esperanza.
Se aclaró la garganta, luego pronunció palabras que hicieron callar todos los murmullos en la sala:
«Te tengo un regalo, Anna.»
El lazo se desató fácilmente, y la tela cayó como por arte de magia. Me quedé inmóvil. Lo que vi me dejó sin aliento.
Eran cabellos – largos, brillantes, cayendo hasta mi cintura, atados en una coleta. No podía creer lo que veía. Mi respiración se aceleró y mis pensamientos se nublaron.
Luego, Avery habló nuevamente, con una voz sorprendentemente firme para su pequeño cuerpo.
«Quería darte algo especial, Anna. Esto es para una peluca, hecha con amor.»
«Quiero que tengas cabello que te haga feliz,» agregó, y una ola de calor invadió mi corazón.
Antes de que pudiera decir algo, Avery levantó la mano y hizo algo que cambió inmediatamente el ambiente en la sala.
Se quitó su gorro de lana.
Y allí, en lugar de las largas melenas que llevaba con orgullo, su nuevo corte de cabello era completamente diferente. Un pequeño carré, con las puntas delicadamente curvadas sobre su mentón – una nueva Avery. Pero lo que más me conmovió fue lo que ese gesto significaba.
«Papá me llevó a la peluquería la semana pasada, y dijeron que mi cabello era lo suficientemente largo para hacer una peluca. Decidí que podría ser tuyo.»
El mundo a mi alrededor desapareció mientras la abrazaba, abrumada por la emoción. En ese instante, no quedaba nada más que amor, sin necesidad de palabras.
«Es el regalo más hermoso que me han dado,» murmuré entre lágrimas. «Te quiero mucho, Avery. Eres una niña extraordinaria, y estoy tan orgullosa de que ahora seas parte de mi vida.»
Avery me miró con ternura y puso sus pequeñas manos sobre mi rostro.
«Yo también te quiero, mamá. Eres mi persona favorita en el mundo.»
La abracé aún más fuerte, sintiendo cómo mi amor por ella crecía con cada segundo.
«Me has hecho feliz, Avery,» susurré. Y en ese momento, supe que la verdadera belleza radica en el amor que nos damos unos a otros.