El niño esperaba con impaciencia cada viernes al repartidor de pizza que lo abrazaba con fuerza: la madre no entendía la razón del comportamiento de su hijo… y luego descubrió la terrible verdad 😨🫣
Cada viernes por la tarde, el pequeño aguardaba junto a la puerta el sonido del timbre. Dejaba caer los juguetes y corría al recibidor como si se abriera la puerta hacia un mundo mágico. Pero no esperaba las cajas de pizza. Esperaba al repartidor.

Al principio, la madre sonreía ante aquella costumbre —¿qué tenía de malo que su hijo se alegrara por una cena deliciosa?—. Pero poco a poco empezó a notar algo extraño: al niño casi no le interesaba la pizza. Se aferraba al repartidor, lo abrazaba tan fuerte como si no quisiera soltarlo.
El repartidor, un hombre con uniforme rojo, nunca lo rechazaba. Al contrario, siempre se agachaba, cerraba los ojos y recibía aquel abrazo como si fuera aire para sus pulmones. Solo se marchaba cuando el niño lo soltaba. Después, el pequeño se quedaba mucho rato en la ventana y murmuraba:
— Mamá, ¿crees que alguien lo espera en casa? ¿Que alguien lo abraza?
La mujer se quedaba sin palabras.
Una noche, el repartidor tardó más de lo habitual. El niño iba de un lado a otro, miraba por la ventana y estaba al borde del llanto. Cuando por fin sonó el timbre, corrió y lo abrazó aún más fuerte que de costumbre. Pero esa vez la madre detuvo al hombre con un susurro:
— Necesitamos hablar. A solas.

Pasaron a la cocina. Ella respiró hondo:
— No entiendo… Mi hijo lo espera cada semana como si sintiera algo especial. ¿Por qué usted se ha vuelto tan importante para él?
El repartidor bajó la mirada.
— Creo que sé la razón —dijo en voz baja.
Y entonces confesó la terrible verdad 😱😱:
— Hace medio año perdí a mi hijo. Tenía tres años. No pude salvarlo…
La mujer se quedó inmóvil, incrédula.
— Cuando vengo aquí —continuó el hombre—, su hijo me abraza como lo haría el mío. Y yo… siento que vuelvo a respirar.

A la mujer le temblaron las manos. De repente todo encajó.
Y el niño, asomado tras la puerta, susurró en voz baja:
— Mamá, yo solo sé que él necesita abrazos.
La inocencia de un niño resultó ser la luz que tanto le faltaba a un adulto.