Un niño que se encontraba en el cementerio se acercó a un hombre y dijo: «Ayer este niño jugó conmigo a la pelota». La mirada del hombre se congeló, y la verdad que aún le esperaba era todavía más impactante.
Las palabras del niño cortaron el silencio del cementerio como un cuchillo afilado. El hombre estaba frente a la tumba de su hijo, cuyo funeral había sido hacía ya cuatro meses, pero el dolor seguía siendo tan intenso como si la pérdida hubiera ocurrido ayer.
En ese momento sintió una pequeña mano en su espalda y se volvió.
—¿Qué sucede, hijo? ¿Qué haces aquí, en la tumba de mi hijo?

—Disculpe, señor, pero tengo un mensaje muy importante para usted —dijo el niño.
—Vamos, veamos qué pasó. De todos modos no creo que tengas algo importante para mí, pero haz el intento, te escucho —respondió el hombre.
—Ayer este niño jugó conmigo a la pelota —repitió el niño.
—¿Qué… qué dijiste? —preguntó el hombre con irritación.
—¿Dónde están tus padres? Sal de aquí mientras pueda controlarme —dijo el hombre al niño, pero esto no cambió nada, porque
el niño permaneció en el lugar y repitió:
—Digo, ayer este niño jugó conmigo a la pelota.
El corazón del hombre se detuvo un instante y luego empezó a latir con fuerza.
—Estás mintiendo —dijo, exigiendo una explicación del niño.
El niño le pidió que lo siguiera para descubrir la verdad: si ese niño era realmente su hijo.
—Vamos, señor, el niño del que hablo está a solo cien metros de aquí —dijo el niño.
Siguiéndolo, el hombre se acercó para comprobar la verdad, y lo que vio lo dejó en estado de shock.

El hombre se detuvo, sin creer lo que veían sus ojos. Bajo un viejo nogal, que proyectaba sombra sobre la tumba, estaba efectivamente un niño… idéntico al de la fotografía.
Pero su mirada era viva, llena de sonrisa y alegría intrépida, y sostenía una pelota en las manos.
—Señor, este es… su hijo —dijo calmadamente el niño-guía—. Él me pidió que lo trajera aquí.
Ricardo quedó paralizado. El niño se giró hacia él, y sus ojos —tan cálidos y confiados— se encontraron con los de Ricardo. No podía moverse. Su corazón latía con fuerza y su mente no podía comprender lo que estaba ocurriendo. Todo en lo que había creído se desmoronaba y, al mismo tiempo, se reconstruía con una extraña sensación de esperanza.
Ricardo nunca habría imaginado que, siguiendo a su hijo fallecido, descubriría una verdad aún más dura que la que había conocido hasta ese momento.
El niño, que físicamente se parecía a su hijo, en realidad era su hijo gemelo, cuya existencia nadie conocía salvo la esposa de Ricardo.

La esposa de Ricardo había muerto dos años atrás, llevándose este secreto consigo, sin revelarlo a nadie.
Sí, Ricardo nunca habría imaginado que, después de perder a su hijo, encontraría meses después a su segundo hijo, cuya existencia ni siquiera sospechaba.
Tras encontrar a su segundo hijo, que vivía en la calle como un vagabundo por no tener hogar, lo acogió bajo su protección, y vivieron toda la vida juntos como padre e hijo.
Sí, aquel niño que apareció por casualidad en el cementerio se convirtió en la verdadera y crucial causa de que Ricardo descubriera un acontecimiento que finalmente lo reunió con su hijo.